Hace 197 años el Congreso de Tucumán declaraba la independencia de las
Provincias Unidas en Sud América respecto a los reyes de España. La
independencia, especialmente cuando se refiere a un Estado, se refiere a la
libertad. En ese momento, lo que se declaraba era la libertad política de
Argentina respecto a la corona española. Transcurridos todos estos años, ¿realmente
hemos alcanzado alguna independencia?
Actualmente tenemos un gobierno nacional que se manifiesta
independiente y creo, alegremente, que en gran medida gozamos de libertad
política. Sin embargo, aún tenemos una clara dependencia económica. Los
acuerdos de este gobierno “nacional y popular” con grandes corporaciones
internacionales, el continuo pago de una deuda internacional ilegítima (al
menos mayoritariamente) y el rol desempeñado como proveedor de los mercados
internacionales son algunas evidencias que materializan la dependencia
económica que aún tenemos. Esto, también se traduce en las dificultades que
observamos en esta Argentina que no logra superar sus problemáticas sociales,
como son la pobreza, el desempleo y la inflación. De todas las independencias
que aún debemos alcanzar, y no solamente declarar, considero la que la más
importante es la cultural: la libertad ideológica.
Desde que Argentina es Argentina, hemos sido libres de seguir haciendo
lo que nos decían. Acabamos con los pueblos originarios, al igual que lo
hicieron conquistadores europeos cuando arribaron a América; tuvimos guerras por
el acceso y la dominación de recursos naturales, como nos enseñaron los
europeos; nos pusimos a cultivar y comerciar lo que necesitaban los europeos; y
así anduvimos. Cuando el contexto hizo que los países europeos tuvieran que
concentrarse en sus propios asuntos, porque la guerra había desbastado sus
pueblos, lo estadounidenses se pusieron manos a la obra y a través de las
dictaduras doblegaron y aniquilaron los espíritus libertadores que gritaban en
América Latina. Paulatinamente, retornaron las democracias, cargadas con las
promesas neoliberalistas que nos sumieron en una pobreza estructural que era
desconocida, niveles de desempleo inimaginables y un endeudamiento tan inmenso
como fraudulento. Y desde esos mismos “países
del primer mundo”, que fueron actores fundamentales, estudian a la Argentina
como un caso sui géneris, un país que en 1920 estaba entre las naciones más
prósperas y que finalizó el siglo XX con una pobreza del 58%.
Actualmente, el contexto internacional nos vuelve a dar la oportunidad
de avanzar fuertemente hacia la real independencia. La crisis que atraviesan
Estados Unidos y los países de Europa Occidental es ideológica. No se trata de
la globalización, están sufriendo en carne propia la crisis del Estado
neoliberal, en donde los mercados gobiernan a los pueblos; la diferencia es que
ahora son sus mercados y sus pueblos. Mientras ellos debaten cómo salvar su
sistema financiero a costa del pueblo pero sin deprimir sus mercados, nosotros,
los países latinoamericanos, podemos retomar el camino que quisimos comenzar
durante los años de guerra fría. Sin embargo, ahora que el contexto nos es
favorable y que reunimos un potencial económico y ambiental con el que ninguna
nación desarrollada cuenta, las trabas que encontramos son internas; están en
nosotros mismos, en “nuestras verdades incuestionables”.
Considero que al actual gobierno nacional hay que achacarle sus
inconsistencias, su discurso demasiado prometedor que no condice con su
accionar. Pero desde los partidos opositores (al menos los de mayor influencia)
y desde los medios de comunicación privados, se critica principalmente la
desobediencia a los organismos internacionales, el pecado de dificultar la
compra de dólares, el proteccionismo, y demás. “¿Quién va a venir a invertir en Argentina? Necesitamos devaluar para
poder ser más competitivos en los mercados internacionales. La inseguridad en
las calles es inaudita, ¿servicio militar obligatorio, aumento de penas o más
policías?”. Son algunas de las voces que se escuchan y se validan. Sin
darnos cuenta - o sí - queremos emular el modelo de desarrollo que hoy está en
crisis, ese capitalismo de libremercado.
El principal tema de discusión tendría que ser la pobreza; cómo
abordarla y acabarla. “A la mayoría de
los argentinos les preocupa la inseguridad”, dicen las encuestas. La
inseguridad en las calles es producto de la desigualdad económica que nunca
antes tuvimos tan marcada. La capital argentina muestra casi tantos autos
lujosos como gente durmiendo en las calles. Nos indigna la violencia con la que
nos arrebatan en las calles pero no nos indigna el abandono de los millones que
viven en barrios marginados, donde el hambre, las drogas y la violencia son el
pan de cada día. “Al empresario argentino
le preocupa el dólar; así no hay proyección internacional”, apenas un
tercio del PBI mundial se comercia internacionalmente y las inversiones extranjeras
directas con suerte representan el 5% de la inversión mundial. El comercio
internacional es importante, pero no es tan clave para el desarrollo como el
mercado local. Argentina no va triunfar exportando a costa de sus recursos
naturales, ni tampoco se va salvar por la inversión de las multinacionales; por
más puestos de trabajo que prometan, siempre estarán sujetas a una rentabilidad
que justifique el riesgo de la inversión y a la repatriación de dichas
ganancias.
Sabemos que esos resabios del neoliberalismo están muy presentes, y
también sabemos que es inviable aspirar a que todos los habitantes del mundo
tengan el nivel de vida que tiene hoy los habitantes del primer mundo. Latinoamérica
tiene la oportunidad de ser potencia ambiental y económica, pero siguiendo otro
modelo de desarrollo; uno más propio. Sabemos que tenemos que volver a nuestras
raíces, todavía quedan algunos pueblos originarios de aquellos que veneran a la
naturaleza y saben convivir con ella. Todavía tenemos agua en abundancia,
bosques nativos y tierras fértiles. Dejemos de escuchar como verdadero todo lo
que viene de afuera, cuestionémoslos, cuestionémonos.
Queremos un mundo mejor pero el primer acto para manifestar nuestra
independencia económica, como individuos, es comprar un auto; mientras más
nuevo y caro, mejor. Queremos una ciudad mejor, pero si nos da el cuero nos
mudamos a un barrio cerrado o con vigilancia; nuestras ciudades se parecen cada
vez más al feudalismo que leímos en los libros, donde pagamos tributo para estar
dentro del terreno cercado. Elegimos qué estudiar pensando en la salida laboral
y no en lo que nos gustaría hacer. Admiramos a quienes dedican sus vidas a
causas nobles, pero vivimos para consumir lo que producen los “empresarios
exitosos”. Consumimos televisión y cine desaforadamente pero no tenemos tiempo
para averiguar dónde y cómo se producen los alimentos que comemos.
Nos quejamos del abandono del Estado, pero nosotros también lo
abandonamos. Porque Argentina somos todos, en todo lo que hacemos. Nos preocupa
más la corrupción de los políticos que nuestros actos corruptos y cotidianos.
Estamos cansados de creer en un país mejor, pero no hicimos nada. Dejemos de
leer novelas y mirar películas sobre historias apasionantes y empecemos a tener
vidas apasionantes. No vamos a tener un país independiente hasta que no
tengamos un pensamiento independiente. Argentina no va a ser un país libre y
justo hasta que no tenga un pueblo conviviendo en libertad e igualdad. Declaremos nuestras
independencias día a día, unamos esas libertades y exijamos que las
representen. O representémoslas nosotros mismos; como argentinos, como
Argentina.
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