martes, 10 de febrero de 2009

Elge, un corazón barato pero noble.

Una vez un buen amigo me dijo: Corté con mi novia y me compré un mp3 y es el mejor cambio que puedo haber hecho. Yo creo que si él conociera bien a Elge pondría un anuncio clasificado diciendo: Permuto novia por mp4, pago la diferencia.

Elge” es el apodo que le puse a mi mp4 por una contracción de “El genérico” ya que a pesar de vestirse con los colores de la bandera argentina, este pequeño aparato es tan chino que ni marca tiene. Cuando lo compré creo que lo pagué $130, un regalo para los 2 GB de memoria que trae; es entendible que no tenga marca. En ese momento pensaba si pasa lo tres meses es un milagro, ya que sólo me daban tres meses de garantía. El hecho es que con el tiempo le fui agarrando cariño, era como un amigo incondicional que estaba siempre dispuesto a acompañarme en las largas caminatas y en los tediosos viajes en colectivo hacia la universidad. Parecía hecho pensado para mí; con batería llena podía reproducir música por 4 horas aproximadamente, el tiempo justo para los viajes de Córdoba a Ucacha en colectivo. También lo usaba como pen drive para transportar películas a lo de algún amigo o trabajos de la facultad, y fue justamente en una presentación donde lo conecté a la computadora del aula, que por lo visto estaba llena de virus, donde Elge dejo de funcionar.

Intente arreglarlo pero no lo pude abrir, lo enchufaba al cargador y nada, lo conectaba a la PC pero no lo detectaba… sólo prendía y apagaba su pantalla un par de veces y la luz desaparecía como si estuviera entrando en un coma profundo. También probé dejarlo en el congelador toda la noche por si era algún problema con la batería, pero nada pasaba. Así que lo di por perdido y me fui de vacaciones, dejandolo abandonado en un departamento donde toda la vitalidad se encontraba en dos inexpresivos
potus.

La semana pasada regrese a Córdoba y al verlo me dio pena, lo introduje dentro de una bolsa al vacío y deje toda la noche en el congelador con la esperanza de que así vuelva a llenar de música mis días. No se que fue lo que sucedió durante esas horas pero cuando lo saque de la heladera y oprimí sus fríos botones su rostro se iluminó y se colmó de colores como nunca antes.

Ahora funciona
como si nada hubiera pasado, como si yo no lo hubiera expuesto al peligro de una computadora desconocida, como si no lo hubiera abandonado por más de un mes. Por eso esta publicación es para él.