miércoles, 24 de octubre de 2007

Ver lejos no implica ver bien

Había un a vez un joven que vivía en su campo. Tenía una linda cabaña que habitaba con su novia, tenía cultivos, un rebaño de ovejas y dos caballos en los que salían a recorrer sus tierras. El lugar era muy bello, había una pequeña laguna con patos rodeada de árboles al pie de unas montañas cruzadas por un arroyito de agua cristalina.

Al atardecer, solía recorrer el campo con su amada y luego se recostaban a orillas de la laguna y escuchaban el canto de las ranas mientras contemplaban las estrellas. Para su novia todo era perfecto, pero él se sentía frustrado por no poder contemplar al mismo tiempo todo lo que tenía. Se le ocurrió que para poder hacerlo necesitaba un
largavista.

Una mañana, se despertó, salió de su cabaña, carneó una de sus ovejas, recolecto algunos cultivos y se fue al pueblo en su caballo a cambiar esas cosas por un buen
largavista. Más tarde, cuando regresó a su cabaña, le mostró a su novia lo que había comprado. Él estaba feliz podría ver al mismo tiempo todo lo que tenía. Salió afuera y comenzó a mirar por su nuevo largavista pero solo veía las montañas y todo lo demás se veía nublado porque estaba muy cerca. Entonces, dio un paso atrás, y otro, y otro… A cada paso que daba podía contemplar algo más, hasta que llego un momento en el que podía ver todo al mismo tiempo: sus pequeñas montañas, su laguna con patos, su arroyo, sus cultivos, su rebaño, su cabaña y su novia. Se sintió orgulloso por todo lo que tenía y pensó: cuando uno se aleja un poco las cosas se ven mejor. Pero había dado tantos pasos para poder sentir eso que ya no estaba en su campo, estaba en otras tierras y desde allí no podía disfrutar nada de lo que tenía; no podía descansar a la sombra de sus árboles, ni tomar el agua de su arroyo, ni escuchar el canto de las ranas, ni besar a su amada. Tuvo que alejarse de lo que tenía para darse cuenta que lo que tenía era lo que quería.
“Muchas veces queremos ver lejos cuando no sabemos siquiera donde estamos parados.”

jueves, 11 de octubre de 2007

Lo dejo a tu criterio

Hay varios motivos para sentir que, hoy en día, no tener TV por cable no es tan malo. En principio, no estaría escribiendo esto, estaría tirado mirando televisión a pesar de que ya es más de la 1 de la mañana. No es que no me guste ver tele, todo lo contrario, pero creo que es una gota más por la cual a muchas personas se les rebalsa el vaso.
Salís de clases o del trabajo, llegas a tu casa y… ¿Qué haces? Prendes el tele para “desenchufarte” un poco. Yo también lo hago, pero como solo puedo ver los 3 canales de aire, a los 5 minutos lo apago, a menos que estén pasando Los Simpson o, excepcionalmente, alguna película que valga la pena, o sea, que no sea de un perro que juega al fútbol, al básquet o que es presidente, ni que se trate de un agente secreto preparado para matar que acaba él solo con toda una organización terrorista sin sufrir el menor rasguño, gracias a los recuerdos de los consejos que le daba su abuelo cuando él era un niño.

El error está en que pensamos que viendo tele nos “desenchufamos” cuando, en realidad, lo que hacemos es exponernos durante horas a técnicas invasivas de marketing: estímulo, estímulo, estímulo… uno tras otro, y casi no se pueden evitar; antes cuando el programa que estabas mirando iba a tanda publicitaria, cambiabas de canal o dejabas de prestarle atención a la tele y listo, pero ahora no se puede, porque dentro de cada programa aparecen “chivos” continuamente, más o menos explícitos, pero están.
Estímulo---Respuesta. Así funciona el sistema y, a menos que salgas corriendo al kiosco más cercano a comprar “esa” gaseosa esperando encontrar un súper premio debajo de la tapita, ese estímulo “percibido” queda latente o archivado en lo mas profundo de nuestra mente. Consecuencia: después de 2 horas terminas con el cerebro más
seco que cuando terminaste de estudiar o trabajar.
Tal vez, lo que acabo de escribir es totalmente incoherente, fruto de no tener TV por cable y de no nutrirme lo suficiente de ella. Por eso, voy a citar una frase que escuche en la tele: “
lo dejo a tu criterio”, de Karina Olga Jelinek.