domingo, 22 de abril de 2012

Confundido


No sé cómo, el otro día me puse a escribir un texto pensando, justamente, por qué escribo. Comencé con el fin de dar ciertas fundamentaciones y arribar a alguna conclusión, o al menos acercarme a eso. Se iban sumando palabras, que iban formando párrafos, el tiempo pasaba, y el cierre estaba distante todavía. En eso, sonó el timbre y me tuve que ir. El texto quedo incompleto y en cada intento de retomarlo para finalizarlo encontraba mayores dificultades para hacerlo. Cada vez tenía menos sentido todo lo escrito y, aunque todo seguía atado a lo que pienso y siento, no tenía la menor idea de cómo llegar al punto final.
Me sentí confundido, como en tantas otras ocasiones, y ahí me di cuenta por qué escribo. Escribo porque estoy confundido, porque cuando busco una respuesta termino con más preguntas, porque cada vez tengo menos certezas. Entonces, recordé que hace un tiempo había escrito algo sobre la confusión, sin saber para qué.
Confundido. Confundido, de confusión. Confusión, de acción y efecto de confundir. Porque una confusión es una mezcla de cosas, en donde las líneas se vuelven difusas, y aquello tiene que ver con esto, y esto no sé qué es. Pero, principalmente, confundido porque la confusión implica perturbar, desordenar. No poder explicarse, no poder explicar. Pero intentar.


martes, 10 de abril de 2012

No quiere decir que no nos estén leyendo


Internet. Hoy en día, millones de personas canalizan en este espacio virtual gran parte de sus necesidades propias del ser humano. Muchas vidas sociales están basadas en las nuevas redes sociales desde las que administran sus amistades, sus vínculos familiares, su próxima pareja o destino sentimental. Pero internet también centraliza, en muchos casos, el trabajo, el estudio, las pasiones y el ocio. El listado podría ser interminable, desde satisfacer antojos gastronómicos hasta cumplir con nuestra obligación ciudadana de pagar impuestos; incluso manifestarnos a través del controversial ciberactivismo. Es más; creo que me costaría un mayor esfuerzo hacer una lista de cosas que no podemos hacer por internet. En fin, la idea de esto, es notar que, aunque la sensación no sea la misma o nos mantengamos tradicionales en muchos aspectos, la tendencia es clara, nuestra dependencia es clara - y creciente.
En este contexto, me parece que, a grandes rasgos, podemos distinguir dos corrientes o segmentos. Por un lado, tenemos a las personas emocionas por ser parte de esta era de virtualización creciente; con un apetito voraz por contar con nuevas aplicaciones, equipos y funciones que le permitan mantener más en contacto que nunca con su círculo social, aunque sólo sea por medios tecnológicos. Mientras tanto, otra gente, en medio de conflictos e inseguridades internas, se deja arrastrar por esta ola gigantesca, alimentada por las novedades informáticas y las personas ávidas de ellas (pertenecientes al anterior grupo). Es como parte de uno de estos tantos afligidos cibernautas que me pongo a escribir este cibertexto.
Muchas veces considero que realmente somos privilegiados al poder vivir en estos tiempos, donde con un doble clic podemos acceder a tanta información, de tantas fuentes, sin importar si fue escrito hace años o apenas unos segundos. Sin embargo, también creo que muchas veces toda esta bola de información nos dificulta dilucidar si esos datos son útiles o si son totalmente irrelevantes. Las redes sociales, y en particular Facebook, nos permiten compartir información como nunca antes; se pueden gestar "grupos de presión" o actos masivos conectando a miles de personas con algún interés en común, pero también se puede recibir información minuto a minuto del viaje aburrido que está haciendo Amalia o ver la foto del plato que se está por comer Tito en un restorán. Uno, en gran medida, puede elegir qué tipo de red social le interesa y personalizarla en ese sentido, pero últimamente vengo notando un par de actitudes de la Red que no me están dejando muy tranquilo.
Todos sabemos que las empresas tienen el objetivo de ganar plata a través de los productos o servicios que puedan vender. Por lo cual, cuando vemos que una empresa nos está dando algo gratis, en realidad, está sucediendo algo muy distinto - acercándose enormemente a lo contrario. Aceptamos vender nuestros datos de usuarios a cambio de que ellos no nos cobren dinero por utilizar sus productos. Todos estos datos que generamos pasan a integrar grandes bases de datos que luego la empresa utilizará para mejorar nuestra experiencia de usuario y para venderlas a otras compañías interesadas en que veamos sus anuncios y compremos sus productos. De lo dicho, primero me gustaría aclarar que no creo que los dueños de estas redes (Facebook, Gmail, Hotmail, Twitter, y demás) estén interesados realmente en darnos una mejor experiencia de usuario, sino que buscan que usemos más sus productos, durante más tiempo y para más cosas, para que generemos más datos que venderán por más plata. A raíz de esta manipulación de los datos generados por nosotros mismos, me gustaría contar un par de situaciones que me han pasado.
Desde que leí Viaje al centro de la Tierra, de Jules Verne, me quedó dando vueltas la idea de conocer Islandia en algún momento, así que empecé a leer un poquito sobre este país tan particular. Luego, de casualidad, fui encontrando otros artículos que me despertaron un mayor interés todavía. Al tiempo, vi que a un amigo le fascinan las auroras boreales, entonces, compartí con él un par de links que mostraban fotos y hablaban sobre estas maravillas de la naturaleza que son frecuentes en dicho país. A raíz nuestra coincidencia de intereses sobre aquella isla, surgió, a modo de chiste (al menos en el primer momento), la idea de viajar y conocer Islandia. Otra amiga se sumo a nuestra idea de viaje y de repente, cada vez compartíamos más información sobre notas que encontrábamos al respecto.
En un primer momento me llamó la atención que, suponiendo que ninguno de nosotros tuviera una real obsesión con Islandia, encontráramos tantos artículos acerca de aquella isla de apenas unos 300.000 habitantes. Pero fue cuando, en la casa de un amigo, al pedir prestada una computadora para poner música desde algunos sitios webs, encontré que todas las páginas que abría mostraban anuncios para viajar, estudiar, o trabajar en Australia. Allí recordé que mi amigo me había comentado que estaba con ganas de viajar allá, porque hay mucha demanda laboral en lo que él hace y porque tiene ganas de experimentar con vivir afuera por un tiempo (refiriéndose a residir en un país extranjero, no en su patio). Entonces, le pregunté si había estado investigando o buscando información sobre Australia, y me dijo que sí.
Probablemente esto no significa nada, pero a mí me genera la ligera sensación de encontrarme dentro de una novela distópica. En donde no sabemos hasta qué punto elegimos qué leemos, qué nos gusta y qué queremos. Sin dudas que tengo ganas de conocer Islandia, pero no sé en qué medida fui estimulado externamente para ello. Así como también, a causa de la iniciativa de compartir artículos con mis dos amigos, creo haber influenciado en ellos - y ellos en mi -, ya que al abrir los links que les envié, recibieron otros tantos anuncios segmentados, que leyeron y compartieron. Es por esto que me pregunto: ¿En qué medida somos nosotros los que buscamos información en internet? ¿O será que, muchas veces, es ella la que nos busca a nosotros?