Internet. Hoy en día, millones de personas canalizan en
este espacio virtual gran parte de sus necesidades propias del ser humano. Muchas vidas sociales están basadas en las nuevas redes sociales desde las
que administran sus amistades, sus vínculos familiares, su próxima pareja o
destino sentimental. Pero internet también centraliza, en muchos casos, el
trabajo, el estudio, las pasiones y el ocio. El listado podría ser
interminable, desde satisfacer antojos gastronómicos hasta cumplir con nuestra
obligación ciudadana de pagar impuestos; incluso manifestarnos a través del controversial
ciberactivismo. Es más; creo que me costaría un mayor esfuerzo hacer una lista
de cosas que no podemos hacer por internet. En fin, la idea de esto, es notar que,
aunque la sensación no sea la misma o nos mantengamos tradicionales en muchos
aspectos, la tendencia es clara, nuestra dependencia es clara - y creciente.
En este contexto, me parece que, a grandes rasgos,
podemos distinguir dos corrientes o segmentos. Por un lado, tenemos a las
personas emocionas por ser parte de esta era de virtualización creciente; con
un apetito voraz por contar con nuevas aplicaciones, equipos y funciones que le
permitan mantener más en contacto que nunca con su círculo social, aunque sólo
sea por medios tecnológicos. Mientras tanto, otra gente, en medio de conflictos
e inseguridades internas, se deja arrastrar por esta ola gigantesca, alimentada
por las novedades informáticas y las personas ávidas de ellas (pertenecientes
al anterior grupo). Es como parte de uno de estos tantos afligidos cibernautas
que me pongo a escribir este cibertexto.
Muchas veces considero que realmente somos privilegiados
al poder vivir en estos tiempos, donde con un doble clic podemos acceder a
tanta información, de tantas fuentes, sin importar si fue escrito hace años o
apenas unos segundos. Sin embargo, también creo que muchas veces toda esta bola
de información nos dificulta dilucidar si esos datos son útiles o si son
totalmente irrelevantes. Las redes sociales, y en particular Facebook, nos
permiten compartir información como nunca antes; se pueden gestar "grupos
de presión" o actos masivos conectando a miles de personas con algún
interés en común, pero también se puede recibir información minuto a minuto del
viaje aburrido que está haciendo Amalia o ver la foto del plato que se está por
comer Tito en un restorán. Uno, en gran medida, puede elegir qué tipo de red
social le interesa y personalizarla
en ese sentido, pero últimamente vengo notando un par de actitudes de la Red que no me están dejando muy
tranquilo.
Todos sabemos que las empresas tienen el objetivo de
ganar plata a través de los productos o servicios que puedan vender. Por lo
cual, cuando vemos que una empresa nos está dando algo gratis, en realidad,
está sucediendo algo muy distinto - acercándose enormemente a lo contrario. Aceptamos
vender nuestros datos de usuarios a cambio de que ellos no nos cobren dinero
por utilizar sus productos. Todos estos datos que generamos pasan a integrar
grandes bases de datos que luego la empresa utilizará para mejorar nuestra
experiencia de usuario y para venderlas a otras compañías interesadas en que
veamos sus anuncios y compremos sus productos. De lo dicho, primero me gustaría
aclarar que no creo que los dueños de estas redes (Facebook, Gmail, Hotmail,
Twitter, y demás) estén interesados realmente en darnos una mejor experiencia
de usuario, sino que buscan que usemos más sus productos, durante más tiempo y
para más cosas, para que generemos más datos que venderán por más plata. A raíz
de esta manipulación de los datos generados por nosotros mismos, me gustaría
contar un par de situaciones que me han pasado.
Desde que leí Viaje
al centro de la Tierra, de Jules Verne, me quedó dando vueltas la idea de
conocer Islandia en algún momento, así que empecé a leer un poquito sobre este
país tan particular. Luego, de casualidad, fui encontrando otros artículos que me despertaron un mayor interés todavía. Al tiempo, vi que a un
amigo le fascinan las auroras boreales, entonces, compartí con él un par de
links que mostraban fotos y hablaban sobre estas maravillas de la naturaleza
que son frecuentes en dicho país. A raíz nuestra coincidencia de intereses
sobre aquella isla, surgió, a modo de chiste (al menos en el primer momento),
la idea de viajar y conocer Islandia. Otra amiga se sumo a nuestra idea de
viaje y de repente, cada vez compartíamos más información sobre notas que
encontrábamos al respecto.
En un primer momento me llamó la atención que, suponiendo
que ninguno de nosotros tuviera una real obsesión con Islandia, encontráramos
tantos artículos acerca de aquella isla de apenas unos 300.000 habitantes. Pero
fue cuando, en la casa de un amigo, al pedir prestada una computadora para
poner música desde algunos sitios webs, encontré que todas las páginas que
abría mostraban anuncios para viajar, estudiar, o trabajar en Australia. Allí
recordé que mi amigo me había comentado que estaba con ganas de viajar allá,
porque hay mucha demanda laboral en lo que él hace y porque tiene ganas de
experimentar con vivir afuera por un tiempo (refiriéndose a residir en un país
extranjero, no en su patio). Entonces, le pregunté si había estado investigando
o buscando información sobre Australia, y me dijo que sí.
Probablemente esto no significa nada, pero a mí me
genera la ligera sensación de encontrarme dentro de una novela distópica. En
donde no sabemos hasta qué punto elegimos qué leemos, qué nos gusta y qué
queremos. Sin dudas que tengo ganas de conocer Islandia, pero no sé en qué
medida fui estimulado externamente para ello. Así como también, a causa de la
iniciativa de compartir artículos con mis dos amigos, creo haber influenciado
en ellos - y ellos en mi -, ya que al abrir los links que les envié, recibieron
otros tantos anuncios segmentados, que leyeron y compartieron. Es por esto que
me pregunto: ¿En qué medida somos nosotros los que buscamos información en
internet? ¿O será que, muchas veces, es ella la que nos busca a nosotros?