martes, 9 de julio de 2013

¡Declaremos independencias!



Hace 197 años el Congreso de Tucumán declaraba la independencia de las Provincias Unidas en Sud América respecto a los reyes de España. La independencia, especialmente cuando se refiere a un Estado, se refiere a la libertad. En ese momento, lo que se declaraba era la libertad política de Argentina respecto a la corona española. Transcurridos todos estos años, ¿realmente hemos alcanzado alguna independencia?

Actualmente tenemos un gobierno nacional que se manifiesta independiente y creo, alegremente, que en gran medida gozamos de libertad política. Sin embargo, aún tenemos una clara dependencia económica. Los acuerdos de este gobierno “nacional y popular” con grandes corporaciones internacionales, el continuo pago de una deuda internacional ilegítima (al menos mayoritariamente) y el rol desempeñado como proveedor de los mercados internacionales son algunas evidencias que materializan la dependencia económica que aún tenemos. Esto, también se traduce en las dificultades que observamos en esta Argentina que no logra superar sus problemáticas sociales, como son la pobreza, el desempleo y la inflación. De todas las independencias que aún debemos alcanzar, y no solamente declarar, considero la que la más importante es la cultural: la libertad ideológica.

Desde que Argentina es Argentina, hemos sido libres de seguir haciendo lo que nos decían. Acabamos con los pueblos originarios, al igual que lo hicieron conquistadores europeos cuando arribaron a América; tuvimos guerras por el acceso y la dominación de recursos naturales, como nos enseñaron los europeos; nos pusimos a cultivar y comerciar lo que necesitaban los europeos; y así anduvimos. Cuando el contexto hizo que los países europeos tuvieran que concentrarse en sus propios asuntos, porque la guerra había desbastado sus pueblos, lo estadounidenses se pusieron manos a la obra y a través de las dictaduras doblegaron y aniquilaron los espíritus libertadores que gritaban en América Latina. Paulatinamente, retornaron las democracias, cargadas con las promesas neoliberalistas que nos sumieron en una pobreza estructural que era desconocida, niveles de desempleo inimaginables y un endeudamiento tan inmenso como fraudulento.  Y desde esos mismos “países del primer mundo”, que fueron actores fundamentales, estudian a la Argentina como un caso sui géneris, un país que en 1920 estaba entre las naciones más prósperas y que finalizó el siglo XX con una pobreza del 58%.

Actualmente, el contexto internacional nos vuelve a dar la oportunidad de avanzar fuertemente hacia la real independencia. La crisis que atraviesan Estados Unidos y los países de Europa Occidental es ideológica. No se trata de la globalización, están sufriendo en carne propia la crisis del Estado neoliberal, en donde los mercados gobiernan a los pueblos; la diferencia es que ahora son sus mercados y sus pueblos. Mientras ellos debaten cómo salvar su sistema financiero a costa del pueblo pero sin deprimir sus mercados, nosotros, los países latinoamericanos, podemos retomar el camino que quisimos comenzar durante los años de guerra fría. Sin embargo, ahora que el contexto nos es favorable y que reunimos un potencial económico y ambiental con el que ninguna nación desarrollada cuenta, las trabas que encontramos son internas; están en nosotros mismos, en “nuestras verdades incuestionables”.

Considero que al actual gobierno nacional hay que achacarle sus inconsistencias, su discurso demasiado prometedor que no condice con su accionar. Pero desde los partidos opositores (al menos los de mayor influencia) y desde los medios de comunicación privados, se critica principalmente la desobediencia a los organismos internacionales, el pecado de dificultar la compra de dólares, el proteccionismo, y demás. “¿Quién va a venir a invertir en Argentina? Necesitamos devaluar para poder ser más competitivos en los mercados internacionales. La inseguridad en las calles es inaudita, ¿servicio militar obligatorio, aumento de penas o más policías?”. Son algunas de las voces que se escuchan y se validan. Sin darnos cuenta - o sí - queremos emular el modelo de desarrollo que hoy está en crisis, ese capitalismo de libremercado.

El principal tema de discusión tendría que ser la pobreza; cómo abordarla y acabarla. “A la mayoría de los argentinos les preocupa la inseguridad”, dicen las encuestas. La inseguridad en las calles es producto de la desigualdad económica que nunca antes tuvimos tan marcada. La capital argentina muestra casi tantos autos lujosos como gente durmiendo en las calles. Nos indigna la violencia con la que nos arrebatan en las calles pero no nos indigna el abandono de los millones que viven en barrios marginados, donde el hambre, las drogas y la violencia son el pan de cada día. “Al empresario argentino le preocupa el dólar; así no hay proyección internacional”, apenas un tercio del PBI mundial se comercia internacionalmente y las inversiones extranjeras directas con suerte representan el 5% de la inversión mundial. El comercio internacional es importante, pero no es tan clave para el desarrollo como el mercado local. Argentina no va triunfar exportando a costa de sus recursos naturales, ni tampoco se va salvar por la inversión de las multinacionales; por más puestos de trabajo que prometan, siempre estarán sujetas a una rentabilidad que justifique el riesgo de la inversión y a la repatriación de dichas ganancias.

Sabemos que esos resabios del neoliberalismo están muy presentes, y también sabemos que es inviable aspirar a que todos los habitantes del mundo tengan el nivel de vida que tiene hoy los habitantes del primer mundo. Latinoamérica tiene la oportunidad de ser potencia ambiental y económica, pero siguiendo otro modelo de desarrollo; uno más propio. Sabemos que tenemos que volver a nuestras raíces, todavía quedan algunos pueblos originarios de aquellos que veneran a la naturaleza y saben convivir con ella. Todavía tenemos agua en abundancia, bosques nativos y tierras fértiles. Dejemos de escuchar como verdadero todo lo que viene de afuera, cuestionémoslos, cuestionémonos.

Queremos un mundo mejor pero el primer acto para manifestar nuestra independencia económica, como individuos, es comprar un auto; mientras más nuevo y caro, mejor. Queremos una ciudad mejor, pero si nos da el cuero nos mudamos a un barrio cerrado o con vigilancia; nuestras ciudades se parecen cada vez más al feudalismo que leímos en los libros, donde pagamos tributo para estar dentro del terreno cercado. Elegimos qué estudiar pensando en la salida laboral y no en lo que nos gustaría hacer. Admiramos a quienes dedican sus vidas a causas nobles, pero vivimos para consumir lo que producen los “empresarios exitosos”. Consumimos televisión y cine desaforadamente pero no tenemos tiempo para averiguar dónde y cómo se producen los alimentos que comemos.

Nos quejamos del abandono del Estado, pero nosotros también lo abandonamos. Porque Argentina somos todos, en todo lo que hacemos. Nos preocupa más la corrupción de los políticos que nuestros actos corruptos y cotidianos. Estamos cansados de creer en un país mejor, pero no hicimos nada. Dejemos de leer novelas y mirar películas sobre historias apasionantes y empecemos a tener vidas apasionantes. No vamos a tener un país independiente hasta que no tengamos un pensamiento independiente. Argentina no va a ser un país libre y justo hasta que no tenga un pueblo conviviendo en libertad e igualdad. Declaremos nuestras independencias día a día, unamos esas libertades y exijamos que las representen. O representémoslas nosotros mismos; como argentinos, como Argentina.